29.6.10

Amor y cabos


Para aquel último rayo de abril. Portugal.


Allí donde acababa Europa

confirmé mi desencuentro

con la vida y la felicidad.

Miré lo lejano de la nada,

lo abismal de la mar,

lo débil del ser humano.

Cerrando los ojos contemplé

lo triste de tu mirada

o el cómo echaba de menos

llevarte de la mano.


Allí donde acababa Europa

me di cuenta de tu importancia,

maldije mi ignorancia

y sentí impotencia ante tu adiós,

tu ausencia y mi vida vacía,

mezcladas con la belleza animal

de lo que allí,

envuelto en silencio,

ocurría.


Allí donde acababa Europa

comprendí que acababa también yo.

Que nada tenía sentido.

Que todo era nada,

que todo era frío

desde que te había perdido.

Miré a mi derecha y vi el fin.

Miré hacia mi izquierda y vi aquel cabo.

Finalmente miré al suelo

y lloré.

Te quería, al fin y al cabo.

© Pedro Letai

2006

26.6.10

Septiembres de propina


Allí donde rompen

las olas

soñaba con llevarte.

Que el sol

viera tu pelo rubio

teñido a medias.

Que me acariciaras suave

tras otra reyerta.

Pero tú dormías sola

y lejos,

pensando en mi

y en lo que nunca fui.


No escuché tus preguntas,

perdí la suma

y me alejé.

Cogí el tren equivocado

sin abrigo ni calma.

Demasiados kilómetros

sin reír

y demasiadas horas

de vuelo a tu cama.


No sudé a tu lado,

no te presté mis vicios

ni te invité a vivir

junto a este desastre

que siempre acababa en filo

bordeando el precipicio eterno

que está por venir.


Tu vida

es mucho más

que portales sin luna,

calles oscuras

y canciones de cuna.

Tu vida son sonrisas,

ropas de mil colares,

posturas imposibles,

lágrimas inertes

y septiembres de propina.


Y ahora ya da lo mismo,

reírse de todo

o llorar por nada.


No te dije

lo que eras para mi,

lo que sentía a cada zancada.


Lo que eran las estrellas,

lo que era tu mirada

escondida en mi capricho.


Llegó octubre

y no supiste

lo que llevaba dentro,

lo que sentía al adivinarte

en mis sueños

y que todas éstas

eran las cosas

que nunca te había dicho.

© Pedro Letai

2010

22.6.10

La chica del disco rojo



Perdido en una ciudad

entre tranvías y deseos

llegó la madrugada

y luego otra mañana más,

en la que perderse detrás del mar

esperando que el sol no te encuentre,

esperando que el dolor no despierte.



Así he pasado las horas,

los días, los meses.

Buscando un sello

que envíe una postal

de amor.

Tratando de encontrar dónde recuperar

parte del tiempo perdido,

tratando de alargar lo posible

el penúltimo recorrido.


Las calles se dibujan estrechas

a mi espalda

y el asfalto arde bajo tus pies,

lejos de aquí.

Nunca imagino un nombre de mujer

al que pueda querer.

Nunca encuentro nada que hacer,

salvo recordar, tal vez.

Recordar quién eras

y dónde estabas

cuando te dejé allí dormida,

aquella mañana,

bajo una sábana que

olía a despedida.


Demasiado pronto,

demasiado tiempo.

El correo no llega,

los teléfonos no suenan.

Estoy en otro callejón agotador,

a millas de aquel salón

de corbatas, sin nada alrededor.

Suena una melodía inconfundible

que me lleva otra vez allí.

El cigarro se acaba,

sonrío sin mirar.

Sólo es un disco rojo,

sólo es una chica a cientos de kilómetros.

Aún puedes viajar.

© Pedro Letai

2006

18.6.10

El compromiso y ella

Son las seis menos veinte de un viernes deportado. Pensaba desayunar con el Big Ben y simplemente rasco el bolsillo para la última cajetilla de la noche en una gasolinera de extrarradio. No me dejaron subir a ese avión. Los minutos pasan despacio y la música suena en el viejo Volkswagen. Cada cigarro es la fecha de caducidad de nuestro encuentro nocturno. Me fumo éste y me voy. Y ella no llama. Y me enciendo otro pensando lo mismo. Ese ritual se sucede a lo largo de casi media cajetilla, casi 50 minutos o casi un directo entero de Coldplay. No tengo ganas de nada más que de quedarme en mi silencio y esperar.


El compromiso ya se olvidó de mí. Hace tiempo que no lo veo por ninguna parte. De tanto darle la espalda se cansó de mis rechazos y no lo volví a ver. Caí en las noches largas y jugando siempre al límite aquí sigo. Siempre por los pelos, pero siempre en pie. Alguna noche me crucé con aquella que me despertaba con sus nudillos en la ventanilla y me miró con cara de compasión. Como el que mira al perdedor. Pero al perdedor ya le daba igual.


Crucé caminos oscuros, mal rodeado a veces, pero siempre encontrando la luz al final. Las rubias altaneras se divirtieron conmigo. Las camareras drogadas de horarios peligrosos trataron de robarme la salud sin conseguirlo y los coches en segunda fila iban desapareciendo mientras yo aún seguía en pie. El corazón estaba intacto ya desde hacía tiempo.


Mientras trato de arreglar la piedra del mechero recuerdo el frío de aquellas noches en el Volkswagen. El frío, el dolor y la agradable soledad abrigada en silencio que se rompía con aquellos nudillos. Ahora estaba ahí otra vez. Pero sabía que nadie me sacaría esta vez de mi mundo. Todo había cambiado.


Fue un teléfono móvil lo que me despertó esta vez. Sobresaltado y desorientado, lo primero que hice fue mirar las ventanillas. No vi ni un alma mientras el molesto pitido continuaba en su intento por llamar mi atención. Descolgué y oí su voz. Entonces recordé que me había dormido esperándola y arranqué.


En su bar tampoco me dejaron entrar, así que nuevamente rechazado me dediqué al resto de la cajetilla y a cambiar la música mientras veía el amanecer de la calle. Ella salió rápido. Creo que al segundo o tercer cigarro.


Bajé del coche sin saber qué decir. Sólo quería mirarla. Me gustaba esa chica. Fue en ese mismo momento cuando bajando por la acera vi acercándose hasta nosotros algo de lo más familiar. Y quedé paralizado.


Ese algo familiar me miró y siguió acercándose. Cuando el encuentro se hacía inevitable ella hizo un gesto. Un gesto rápido pero contundente. Y ese algo familiar se detuvo. El compromiso se alejó, mirándome sorprendido. Yo sonreí y pasando mi brazo por su cintura dibujé la felicidad y la besé en la mejilla.

© Pedro Letai

2005

14.6.10

Las chicas voladoras, etc.


Quedamos en hacerlo bien, en ser sólo amigos y en guardar las distancias bajo la lluvia caliente y torrencial.

No lo cumplimos.

Se quebró todo otra vez y dolió más que aquel granizo que es siempre once y es febrero.

Mucho peor que caer es hacerlo siempre en el mismo sitio.

Qué mala suerte y qué suerte tienen algunos.

Lo encuentran a la primera y les dura toda la vida.

Veo luces de cruce que alumbran lo que está escondido y luces largas en el recuerdo de los días raros en que estabas conmigo.

Yo te pedí las ganas de soñar sueños en los que se prohibiera olvidar.

Tú te movías sin parar, buscando mi punto débil y escondiendo tus manos manchadas de disparar con balas de verdad.

Poniendo al toro en suerte y luego una larga cambiada y otra más.

Total, coser y cantar.

Lo bueno fue el momento, pero ahora me cuesta dormir.

Y es que nadie me advirtió de esto el día en que te conocí.

Preparaste tu golpe mortal con aquellas maneras tan tuyas, bailando pegada a mi sinvivir.

Respiré hondo y no supe qué decir.

Me imaginé de nuevo del paraíso a los infiernos.

Vi tus fotos en el cajón y mi dolor repartido en maletas y aeropuertos.

Te fuiste de pronto muy lejos, como volando.

Y entonces lo entendí todo, aunque nadie me advirtiera en su momento.

Las chicas voladoras disparabais con balas de verdad.

Cómo no pude reparar en los trazos de pólvora cuando me acariciabas.

Cómo no me atreví a olisquear bajo tus faldas de matón.

Dónde acabará ahora tu vuelo, que es un vuelo sin vuelta ni fin.

Dónde echarás tu ancla para fondear junto a otra cala de suicidios y realidad.

Las chicas voladoras disparabais con balas de verdad.

Cómo olvidar.


© Pedro Letai

2010

11.6.10

Pantalones sin chica

Recuerdos de mi vida entera me recorrían el cerebro mientras el coche me llevaba inexorablemente hacia la muerte. Mi madre, nuestro primer perro, el día que me rompieron la cara, las noches que me rompieron el alma, la sangre sobre el negruzco asfalto de Tribunal, aquel primer beso, aquel último examen, el disco del concierto de Silvio en Chile, el tatuaje en la muñeca, donde los abogados se ponen el reloj. Donde los desesperados se cortan las venas.

Y mi primer coche. Y Raquel, que era igual que Betty Boop. Y esa última curva, tan mal estudiada...

Pero no conseguía recordarla a ella. Sé que hice esfuerzos por repasar su imagen pero no pude. Sé que trate de despedirme de ella. O de despedirme de esta vida pensando en ella. Pero no la encontraba en mi cabeza. Por ninguna parte. De pronto, eso sí, recordé sus pantalones vaqueros, desteñidos y arrugados, tirados en algún rincón de su habitación.

Justo cuando trataba de imaginarla con ellos puestos, cuando recorría sus largas piernas, morí.

© Pedro Letai

2005 y 2010


7.6.10

Viernes


A las tres ya tenía suficiente, pero tú no llegaste hasta las seis. Mi tan odiada sonrisa burlona pintando tu cara, la falda cansada de tanto bailar, el blanco de una rosa hortera regalada por algún capullo con nombre de capullo y la miel del ron en tus ojos de viernes.


Yo no te quería ni hablar, pero para cuando abriste la puerta ya había escrito cien poemas para ti, así que antes de abrazarte fuerte y cerrar los ojos te los di.

© Pedro Letai

2010

4.6.10

Extra de queso


Otra historia que te cuentas a ti mismo sobre cómo llevarlo bien. Otra noche canalla, otra muesca en el revólver que presumes te ayudará a estar mejor. Otra ventana ajena, otra mentira más, la de que todas son iguales, la de que así pronto olvidarás. La resaca de un mañana sin más, con el lazo anudado a un futuro siempre peor.

Y lo lejos que está ella, y lo insoportable que se hace todo. Y cómo descansan, corajudos, azarosos, mis desastres y recuerdos. Las tardes de verano, oscuras en invierno, las naves, las nubes, los barcos en el puerto. Su carmín, mi descontrol. Sus tacones al descubierto.

Una vida a medias, sin extra de queso. Una vida de flores que no florecen, de puestas de sol sin sonrisas en el camino. Quién te espera en algún lugar, llanero solitario. Quién pregunta por ti. Qué son ahora para ti las tardes de verano, oscuras en invierno. Dónde está tu exilio sin ganas, sus pormenores, sus besos, los fugaces desencuentros.

En todo esto se ha convertido mi ser, que es tu ausencia y es el final de este cuento. Qué son ahora las naves, las nubes, los barcos en el puerto. Qué son ahora tan lejos, qué son desde que ya no te siento.


© Pedro Letai

2006 y 2010