30.10.10

Después de llover


Mi chica era la bailarina estrella de todo aquello. Sin embargo, por las noches no era más que una débil melodía. Y ahí, en su debilidad, residía mi cura, mi estabilidad mientras ella se hacía cada vez más daño y se hundía en un pozo del que nunca logré rescatarla.


Me acordé de ella hace poco, una noche en casa de un amigo entre chupitos de ron mientras vigilaba de reojo la falda de una morena con pinta de neurótica y el pelo demasiado recogido, tirante. La amiga de la morena hizo un comentario de mal gusto sobre las drogas y, mientras los demás le rieron la gracia, me acordé.


Esa noche estuvimos hablando de jazz y de los garitos de antes y de literatura americana y de cosas para impresionar a las que nos visitaban. Pero yo ya no impresionaba a nadie ni me impresionaba por casi nada. Y fuera llovía a cántaros mientras Miles no fallaba ni una nota.


Me reservé, como siempre, el placer de decir que no al final de la noche, esta vez a la morena neurótica, y me fui andando a casa. En el camino fue cuando me volví a acordar de ella y casi diría que me invadió la tristeza. Después de tantos años.


Me acordé también de 1967, de aquel aeropuerto y de sus pecas pintando su cuerpo desnudo, mi más bella escultura, mi mejor coartada.


Me acordé de muchas cosas aquella noche, después de llover.

© Pedro Letai

2010

28.10.10

Un acorde de ti


En los días de lluvia

me da por pensar

que tu cuerpo

al final fue conquista

pese a lo que vino después.

Me imagino

arañando tu piel

en un balcón

de luz distinta

y escucho una melodía

que es tu piel

y es tu boca

y al final es demasiadas cosas

que no puedo soportar.


La soledad ha llegado

de nuevo

y la ceniza se queda fría,

como todos nosotros,

en noviembre

y en el escalofrío

que disfraza la ciudad

y que me hace cómplice, diario

de lo nuestro

y de invitarte a un cine vacío,

de desnudarme en tu magia

y de decretar oficial esta nostalgia.


Duelen las aceras,

los cristales, los portales.

Cuando se ha estado en el paraíso

duelen hasta las mujeres

y su acento y sus postales.

Se siente desmedida la realidad,

borrosa la gravedad

e inabarcable el desconcierto.

Los recuerdos son

color confuso

cuando en ninguno de mis pasos,

en ninguno,

te busco ni te siento

ni me oriento.


Sospecho sin embargo

que tristeza y hermosura,

tu rostro y el mío,

nuestra partitura,

aún me guardan una sorpresa

en un cruce fugaz de Madrid.

Sé que aquella canción

murió incompleta.

Aún me falta por sentir,

al borde de mi acantilado,

un acorde más de ti.


Después del acorde,

entonces sí,

el acantilado y el mar y la nada,

lejos de ti.


Pero aquello, el mar,

será mañana.

Ahora, un acorde de ti.

Uno más bajo la lluvia

que luego es mar y es nada.

Y que el mar sea mañana.

© Pedro Letai

2010

23.10.10

Traficando dolor


Si todo es mentira en la vida qué más da. Tengo un amigo, buen amigo, que se dedica a fabricar y vender cartón. Cajitas, como dice él, mientras sube la ventanilla de su Porsche descapotable y se aleja con el juego del doble embrague. Cajitas, sí, pero bastantes, pienso yo.


Y llego a mi casa a las 5,30 de la mañana y se me ocurre abrir el buzón de una vez, porque la última vez que lo hice fue hace casi dos meses y está a punto de reventar. Tiro casi todo lo que me voy encontrando, las cartas del banco, las del gas, las de la abogada de mi ex, las del agua, las del anterior inquilino… Y encuentro una postal. Una postal de una isla griega, Meteora.


Se llega más lejos cuando no se sabe muy bien a dónde se va. Lo acabo de leer y me hizo pensar en ti’.


Subo a casa y entonces me pongo a llorar como un niño en la mesa del estudio mientras me hago polvo pinchándome agujas con fotos y canciones tristes antes de irme a la cama. Algo que, por otro lado, se ha convertido en una costumbre. Un derrumbe placentero, anestesiante. Pienso en ella y en aquel verano que compartimos, y en tantas risas, tantas buenas sensaciones. Se llega más lejos cuando no se sabe muy bien a dónde se va. Como nosotros, que no sabíamos bien. Y sí, quizá habríamos llegado muy muy lejos, como desde donde ella me envía esa postal.


El problema es que yo sí sabía a dónde iba yo. A mi sitio favorito. A la mierda. A la incapacidad de que me quieran y a la imposibilidad de ser feliz, de enterrar mis fantasmas y de desprenderme del pasado y de ese papel de triste y solitario que un día se escribió pero que se quedó tan dentro mío que ya soy yo.


Veo en esa foto de cartón escrito el reflejo de mi soledad y de mis oportunidades perdidas. Cartón. Como el que recubre los vinilos que yo buscaba y compraba con amor y que un día me robaron a traición. Como el de las cajas de mudanza cuando aquella chica se tuvo que ir con su vida partida por la mitad porque yo decidí que en lo que me quedaba de película iba a ser infeliz. Siempre el cartón jugueteando con el dolor que me rodea.


Guardo la postal en la libreta donde apunto mis cosas y me voy a dormir pensando en ese peligroso juego. Mañana cuando vea a mi amigo le diré que lo que él fabrica y vende no es cartón. Es dolor del puro y del duro. Le pediré que me venda un poco más, por qué no. Las adicciones son así. Y qué hay más canalla que tener un camello que va en Porsche descapotable.


Ayer quedó a cenar con una viuda, me cuenta. Y la besó en la boca. Cuidado con eso, le prevengo. Acabarás rompiéndole la falda. Después, el corazón.


Y ella, herida, recaerá y volverá a fumar. Un cartón. Tras otro.


Y mi amigo lo celebrará con un Ford Mustang, también descapotable.


Y a mi me escribirán otra postal sin reproches y con infinita suavidad, sobre un cartón pintado que dibujará otra vez mi cruda realidad. Ésa que ya no se puede rebobinar.


Si todo en la vida es mentira qué más da. Pero aquella chica y su extraña sonrisa y la postal, el cartón, eran verdad.

© Pedro Letai

2010

20.10.10

Muerte de otro yo (yo)


Desde una habitación

sin vistas

tiré su vida

abajo

seis pisos

en el secreto

de tus ojos,

demasiado solitarios.


Me cansé

de marcarle el paso

a cada baile

y a cada fracaso.

Me agoté

de hablarle de ti

días, semanas,

de enseñarle jardines con enamorados,

de acompañarle en ambulancias

llenas de pájaros cansados.


En tu talle

de avispa

quise contestar

todas sus preguntas

a la tempestad

pero fue tu oscuridad

la que me devolvió

la interrogación,

tus lágrimas y

mi sinsabor

a casa vacía,

a muerte asegurada,

sin perdón.


Lento el mundo,

muerto mi otro yo

y fríos mis ojos,

ayer azules

pero huecos en tu corazón,

que me ofrecía distancia

y no vivía mi amor,

sino el de mi otro yo.

Que era débil,

que evitaba el te quiero

y hurgaba con bisturí

en mi sinrazón.


Y luego un café

con el pasado

para despedirle

y atraparme a mi soledad,

abrazarla desnuda conmigo,

rodeados de la derrota en la calle,

del rumor de la gente.


Y en mi casa,

pensión del dolor,

del te echo de menos,

portal en fin sin tus pasos

soñando en tus respuestas,

en tus abrazos,

escuchando el rumor de nadie

y la súplica final,

dile que la quería de verdad,

del otro yo.


El que muere y me mata.

El que me abandona y,

así,

me encañona

ante el espejo

y me conoce.

Y me delata.

© Pedro Letai

2010

19.10.10

Sol en enero


Conocí una vez a una asesina rubia que se llamaba Marta. Hará cinco años de aquello y salí vivo por los pelos. Me echó un polvo, porque así fue, en un coche que yo tenía y ya no tengo mientras Sabina sonaba de fondo una y otra vez, porque a ella le encantaba y ella mandaba. Yo no sabía que era ella asesina, aunque yo por aquella época era abogado y joven, con lo que no sabía nada de nada. En cualquier caso no sé si de haberlo sabido me hubiera atrevido, pero salí vivo. Quedamos un par de veces después de aquello, quizá tres, y después desapareció. No advertí sin embargo en aquellas citas sus maneras de depredadora, más allá de que besara demasiado fuerte para mi gusto.

Guardaba yo en aquel coche una pequeña libreta, negra y sexy, en la que apuntaba cosas que se me iban ocurriendo, teléfonos, pues yo en aquella época aún renegaba del móvil, viajes, relatos, versos sueltos, nombres de canciones a recuperar, chuletas para los últimos exámenes de la facultad y, de vez en cuando, alguna amiga me apuntaba alguna chorrada o me encontraba cosas tan apasionantes como un enorme beso de pintalabios rojo cereza donde se podía leer en el centro ‘Irene, llámame’.

Cuando mi primo, delincuente en potencia por cierto, cumplió los dieciocho, yo decidí regalarle aquel viejo Volkswagen porque me había ido a vivir a una buhardilla en pleno centro y con una motillo destartalada me bastaba y sobraba. Así que me tuve que enfrentar a la espantosa tarea de limpiar de recuerdos y de mierda aquel coche azul, para no convertir todo aquello en un regalo envenenado y que además hurgasen en mis fantasmas. Lo recuerdo todo ello emotivo y caluroso, pues era un julio de esos insoportables y madrileños.

Encontré de todo allí, porque nunca me he caracterizado por el orden o la limpieza. Apuntes, libros de Derecho, discografías completas de artistas irrepetibles, libros de poesía leídos y releídos, dos sujetadores, uno precioso y otro atroz, una raqueta de tenis, unas botas de fútbol, un ordenador portátil (sic), vasos de plástico y, claro, la libreta.

Tiré casi todo y me llevé a casa la libreta. Y ahí empecé a releer… Tantos recuerdos. Introducción al Derecho Procesal, aprobada en convocatoria extraordinaria, unas copas en Majadahonda, dos viajes a Lisboa, un poema que se llamaba ‘Sol en enero’, el beso de Irene, un idilio con Ryan Adams, mi amor irrefrenable por una vecina a la que casi conquisté, páginas arrancadas, páginas bañadas en whisky… Toda una época ahí metida, en la libreta sexy y negra.

Y ahí encontré el pedacito de mi historia con Marta, que no recordaba. ‘Si me llamas un día te mataré a polvos y, si no me llamas, sencillamente, te mataré bajo tu sol de enero. Martita’. Y un teléfono fijo ya ilegible.

Me alegré de haber sido alérgico a los móviles por aquel entonces, de regalarle el coche a mi primo, que esperaba no se fuera de la lengua cuando empezara su periplo por los centros penitenciarios, de haberme mudado de casa y, sobre todo, de que Madrid fuera tan grande. Aún así, calculé que pronto sería enero, que en enero solía hacer sol y que debía sumar una preocupación más a mi vida absurda y a mi afición por no mirar atrás al doblar las esquinas de esa vida absurda. Aquel pasado era ahora futuro aterrador de mi presente.

Quizá a esa vida absurda le quedara ya muy poco porque, claro, para que me mataran a polvos mi corazón ya no estaba preparado.

Llamé a mi primo, ya mi único cliente, para que se buscara otro abogado y me metí en una agencia de viajes porque enero, de pronto, me pareció un buen mes para huir definitivamente de esta ciudad.


© Pedro Letai
2010

18.10.10

Aniversario en picado


Octubre 18 y ella que no va a llamar.


Si llamara hablaríamos y todo sería extraño al principio y difícil después, y extrañaríamos la complicidad que, dicen, nunca tuvimos.


Si habláramos brindaríamos con una sonrisa cómplice celebrando que tal día como hoy nos casamos y que, pese a todo lo que vino después, fue una noche inolvidable.


Si brindáramos te preguntaría por tus cosas y te contaría de lo mío. Pero tú no lo entenderías.


Si lo entendieras a mi me haría mucha ilusión y te contaría aún más cosas y te aclararía otras. Tantas mentiras, tanto sufrimiento.


Si te lo aclarara sería ideal que me escucharas con atención.


Si me escucharas con atención quizá entenderías las cosas de otro modo, más cerca de mis ojos y mi corazón, y acabaras por pedirme perdón.


Si me pidieras perdón, sólo por eso, yo te daría una y mil oportunidades más.


Si te diera una oportunidad más tú te volverías a enamorar de mi.


Si tú te volvieras a enamorar de mi éste sería otro mundo. Porque lo nuestro, todo aquello, terminó.


Y si todo aquello terminó un octubre 18 no es nada. Y ella por tanto no llamará.


© Pedro Letai

2010

17.10.10

Quemarropa de lo perfecto y lo azul


Luego viene una amiga que va en silla de ruedas así que por favor si puedes ayúdanos a subirla hasta aquí que no hay ascensor claro desde luego avisadme contesto y sigo tomándome una copa con mis fantasmas en medio de esa fiesta que acaba de comenzar mientras una rubia demasiado maquillada pero muy agradable que no sé cómo se llama ni jamás lo preguntaré me cuenta que está harta de Madrid y que se quiere volver a Alicante y a mi me importa tres pares de pelotas lo suyo porque bastante tengo con lo mío y además estoy viendo de reojo cómo un vecino que se ha auto invitado a la fiesta es en realidad un camello que está vendiendo papelinas en el hall qué tío qué huevos a la segunda copa me avisan y bajo al portal a recoger a la chica de la silla de ruedas y la veo ahí saludándonos con una sonrisa indescriptible y guapa preciosa alguien coge la silla y yo la cojo a ella buena jugada valiente y subimos las escaleras lástima que la fiesta fuera en el primero porque me habría gustado subirla en brazos hasta un piso veintiuno o doscientos setenta y seis pero es a mitad de ése nuestro primer viaje cuando me quedo paralizado y le pregunto oye tú no vivirás un poco más arriba en un portal azul y su sonrisa indescriptible me contesta sí y entonces yo me acuerdo y le digo que un día hará un año o quizá más la ayudé a subir las escaleras de su casa cuando salí de hacer la compra en el súper del barrio y ella me contesta que qué vergüenza le da y que entienda que ella no se acuerda porque mucha gente la ayuda y yo me río y le respondo que es normal yo tampoco me acordaría de mi aunque sí de Paul Newman y desde luego de ella pero alucino porque recuerdo aquella mañana a la perfección y cómo volví a casa pensando qué habría dentro y detrás de aquella preciosa rubia que yo había ayudado en una milésima parte de su lucha diaria con la vida y ahora resulta que ahí estaba en mis brazos aunque por poco tiempo la vida y después estuvimos hablando bebiendo fumando y bailando porque ella hace todo lo que se ha de hacer en esta vida y nos reímos cuando le digo que vivo en un cuarto sin ascensor y que si un día consigo invitarla a tomar una copa y que subamos nos tiraremos el champagne por encima en lugar de tomarnos un gin tonic como hace el imbécil de Alonso cada vez que gana una carrera porque será toda una hazaña me cuenta también que tiene un niño de seis años que se llama Nicolás y yo le digo que qué maravilla porque es mi nombre favorito y es verdad ojalá yo tenga un día el mío oye cógete una silla que así en cuclillas te vas a cansar qué va sabes lo que vamos a hacer me siento en el suelo y tan feliz y además así te miro hacia arriba un rato que también tiene su rollo después llega mi amigo imprescindible y nos tomamos algo y nos reímos hablando del asqueroso de José Luis Moreno y del cuervo Rockefeller y de las primeras discusiones con la novia y de las cosas del rock and roll larga vida al rock and roll trato de no perder de vista la sonrisa indescriptible y la invito a otra copa y le lleno la siguiente de hielo qué es una fiesta en la que no se acaba el hielo y nos echamos un último baile las cinco y media y algunos ya demasiado borrachos buena hora para la retirada aunque siempre hay un último bar pero ella se lo va a ahorrar y yo también por una vez te acompaño a casa si quieres claro muchas gracias aunque al final somos como siete acompañándola y me quedo algo rezagado pensando en mis cosas y en el amor y la guerra tanto es así que ni entro en su portal mientras a lo lejos veo cómo sus amigas la despiden pero entonces ella pregunta y Pedro y aparezco yo desde atrás para que nos demos un beso de cine llámame claro lo haré podemos ir a dar un paseo o vamos a hacer la compra y te echo un cable o me lo echas tú a mi que soy un poco desastre o qué cojones nos vamos de copas hasta que amanezca claro que sí y me vuelvo a mi casa doscientos metros y cuatro pisos sin ascensor pensando en lo perfecto y en lo azul lo azul de su portal lo perfecto de su sonrisa la guerra y el amor lo dejamos para mañana.

© Pedro Letai

2010

14.10.10

Hotel Escucharte


Acabarán prohibiendo follar en los coches, y si no al tiempo. Yo preferiría pagar la multa que pagar por hacerlo, desde luego. Y pienso eso una décima de segundo mientras no te quito los ojos de encima.

Pues como te dije en el mail…”

A mi me gusta que a veces estemos juntos porque me gusta salir en tu historia, aunque a ratos te abandone para sumirme en mi locura, condena dulce. Y medir los vinos y tratar de no parpadear demasiado para verte más. Y dejar anoche a tres rubias con la miel en los labios y el gol en la línea. En realidad una de las tres era morena pero qué más da, estaban para ponerles un piso a cada una. Era mi noche de suerte. Y yo que me sigo agarrando a ti y a huir porque hay que madrugar, hay que escribir. Y el cuento chino de la bohemia, insufrible cuando ya te ha atrapado hasta los huesos.

Me contó mi amigo aquello del culo de Jimena. Y claro, con culos como ése qué más da lo que Jimena diga o Jimena haga. Pues sí, totalmente de acuerdo. Menudo culo.

“¡Pero bueno!, ¿me estabas mirando el culo?”

Últimamente creo que los pájaros están olvidando cómo volar. En todos los sentidos. Lo de los pájaros y lo de volar. Y pienso también que los madrileños han colapsado los trenes. Después del culo de Jimena y del tuyo y de los trenes, vuelvo a ti.

“¡Ah bueno! no te he contado, el otro día…”

Miro cada poro de tu piel y cada día es el día que más guapa estás, y es infernal. Y espero tu te quiero hasta que suena el timbre y la vecina me invita a mojitos, los anda preparando. Mojitos de fresa, qué asco. Y se lo digo, que menudo culo. Digo que menudo asco, y se ríe de mi porque piensa que estoy fatal y me dice que me imagina bailando bajo la lluvia, en una peli en blanco y negro. Qué original. Yo le río la gracia pero a mi me gustan las pelis con polis malos, sin bailes.

Me estoy volviendo definitivamente loco y quizá ni siquiera llevara fresa el mojito, pero el caso es que llego tan tarde a todo que pienso en Frank Sinatra y en qué haría él. Seguro que Frank lo haría bien.

“Y mira te digo una cosa, lo que yo no entiendo…”

Al fin y al cabo sólo pido ver salir el sol a tu lado, porque nunca lo hicimos.

Sueño con salir de casa y dormir en un hotel para que tú te bañes como una reina y te tapes después, desnuda, en un enorme y sedoso albornoz que, por supuesto, robaríamos.

Y a mi me daría completamente igual. Me bastaría con que en el hotel estuviera tu cama. Y con seguir escuchándote.

“Nos vemos… Gracias por la visita.“

Del coche, ni hablamos.

© Pedro Letai
2010

13.10.10

Kierkegaard


Para la amiga, en la distancia. Doce horas de vuelo.


Habitas caminos estrechos,

formas incómodas.

La noche te llama

en su mitad

para recordarte

de dónde vienes

y a dónde no vas.

Y es ahí donde

has de reaccionar,

amiga.

Donde tu estrella porteña

ha de volver a brillar.


A mi la vida

ya sólo me habla

de música

donde antes me hablaba

de amor.

Y mi vida soy yo

y es música dulce

que luego nunca

me deja bailar

con aquella chica

de maneras tristes,

irresistibles, provocadoras,

perdidas.


Clava con tus ojos

las mentiras en las nubes,

para siempre

pasajeras, frescas,

suaves, descalzas.

Trabaja con ahínco

la costumbre, tu armonía.

Madura al sol

tu juventud

que lenta se te va

y ciérrale la puerta

por un tiempo más.

No lo permitas.


No hagas como yo

y sigue escuchando el amor,

amiga,

busca el nuevo día,

las salidas invisibles,

la quietud contenida.

La música me acompaña

pero no me salva del peligro

ni del adiós,

no te engañes.


No tengo con quién bailarla.


Ya no tengo ley,

ya no tengo son,

ya no tengo a Dios.


No te empeñes en sufrir,

porque se apagará tu canción.


Y tu canción está escrita,

amiga.

Y tu canción habla de amor.

© Pedro Letai

2010