5.8.10

Champagne-Ibuprofeno-Champagne


No hay vuelo directo Nueva York-Bilbao. Y son casi las tres de la mañana.

-No te preocupes, no necesitamos vasos.

-¿Ah no?-le contesté yo- ¿no eres escrupulosa? ¿compartimos?

-Hay una botella para cada uno, hombre, ¿qué pensabas? ¡Hay cosas que celebrar!- dijo ella. Y luego ese gesto con los labios como entre la duda y la risa a punto de estallar que a mi tanto me gustaba. Varias repeticiones.

Y dos botellas gigantes de Moët Chandon, como en las películas. Verdes, frías, preciosas. Tentadoras, canallas, tardías. Frescas y apetecibles.

Así que ahí estaba yo, en una enorme habitación de un hotel perdido en el campo bebiéndome a morro una botella de champagne francés, tumbado en un sofá con una chica que hacía lo mismo, aunque más despacio.

Podría ser ahora mismo Charly García, pensé, porque yo siempre quise ser Charly García cuando todo el mundo quería ser Kurt Cobain. Porque Cobain era más guapo, y rubio y frágil. Pero Charly es rock puro y ahí sigue, jodiendo al personal. Y además es mejor músico y menos gilipollas que el otro que, pobre, se voló la cabeza. Pero era un idiota.

Y de Bilbao a Nueva York debería haber un vuelo directo.

Y ella nota que yo me estoy sintiendo Charly García y me sonríe. Y yo noto que lo nota.

Y la sonrío, claro.

Y es que ahora deberíamos escuchar algo de los Stones… Pero de los Stones buenos, de los que hacían música, de los que hacían blues. Algo del Sticky Fingers o del Exile… O del Some Girls, como mucho. Pero no hay música, ni en la cama ni en el living.

Yo llevaba dos años muy puteado, con un divorcio a las espaldas y un cambio de vida radical y repentino que andaba aún digiriendo. Durmiendo mal, perdiendo peso, ganando ojeras… Mal. Pero ahora estaba mejor y de ahí las cosas que había que celebrar y el hotel a las afueras y el champagne y el plan que habíamos organizado un poco entre los dos, entre esa chica y yo.

Me acababan de publicar mi primer libro y llevaba escritas 221 páginas del segundo. Y tenía en la cabeza, fácil, las 140 ó 160 siguientes. Las podría vomitar de una vez. De hecho había pensado en contratar una secretaria de piernas largas a la que dictárselo y en dos días y una mañana habríamos acabado el libro, que sería mucho mejor que el primero. Pero no tenía dinero y además yo luego me querría acostar con mi ayudante, o secretaria, y todo sería un desastre porque ella tendría un marido encantador y dos hijos preciosos. Y también querría acostarse conmigo porque claro, 36 años y sólo se ha acostado con su novio de toda la vida, desde el colegio. Y lo del escritor maldito y todas esas mentiras.

Pero la chica del champagne tiene también largas piernas y me gusta salir a pasear con ellas. Y me gusta ella, qué demonios. Así que nada, el segundo libro tardará en llegar pero llegará. Y ahí me retiraré para siempre. Aunque soñaba con el tercero, la verdad.

Ella habla poco y es del otro lado del mundo, así que cuando habla lo hace con la “s”. Y es que la “s” la define. Es Sana, es Sencilla, es Sincera y es Sobria. Y eso me gusta. Le gusta emborracharse, “alcoholisarse”, dice ella. Y tomar pastillas, montones. Pero eso a mi también y me encantaría que un día lo hiciéramos juntos. Emborracharnos, tomar pastillas y despertarnos entre fatal y muy divertidos.

No sé en qué momento se acabó el champagne o la noche. Después me desperté y regresé a ese salón de habitación de hotel. Y por ahí estaba nuestra ropa, recogida la suya y desperdigada la mía. Una caja de pastillas para el dolor, una botella a medias, caliente, imbebible. Y un conato de tristeza entre las cortinas.

Entonces sentí cómo ella me abrazaba por detrás con un beso entre el cuello y la espalda que significaba “buenos días”. Un buenos días sano, sencillo, sincero. Sobrio. Y me sentí contento a su lado.

Y tranquilo.

Y pensé, en fin, que de alguna forma se podría llegar de Nueva York a Bilbao con aquella chica aunque, estaba casi seguro, no había vuelo directo.

© Pedro Letai

2010

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