Y por supuesto, los libros
rodeándonos,
el tren parado
en la última estación del invierno
teñido
por nuestros días de luz,
y el mundo que no ha aprendido
a cambiar ante la violencia constante,
empeñado en esquivar la incertidumbre.
José Manuel
Caballero Bonald me habla
de aquellas copas
en busca de otro bar
con Claudio Rodríguez
-el poeta más realista-, José Ángel Valente,
Carlos Barral, Ángel González -el más bebedor-,
Jaime Gil de Biedma,
y me cuenta una visita a Segovia
junto a Rafael Alberti,
y cómo no le volvió a ver.
Los trucos para escribir las décimas,
los años que pasan entre libro y libro,
las tascas de la calle Ballesta,
las librerías de Moyano,
las primeras ediciones
de aquellos versos en el exilio
que traían su acento del Sur.
Unas horas
más tarde,
al volver a casa
entre algo que debe de ser la noche,
recuerdo aquellas últimas palabras
del poeta ante su poema final:
ahí está todo.
Si yo he hecho algo
que valga la pena-
me dice quien escribió
La noche no tiene paredes-,
debe de estar por ahí, entre estas
que son ya mis últimas páginas.
Su consejo: cuida el lenguaje,
llénate de él,
comprométete ante la vileza
de los tiempos.
Y pienso en un poema
lleno de leones que flotan
y cruzan el mar
mezcla de estrella y viento.
Y vuelve ante mí,
inmóvil,
la sombra del enorme poeta
del 50 en su mecedora:
aquí está todo lo que yo tengo,
todo lo que yo soy.
© Pedro Letai
2012