El invierno siempre llega sin acompañante. Y se inyecta el frío en nuestras venas, sin compasión. Y a veces no nos deja pensar. Pero este invierno llegó distinto. Se acabaron las largas tardes sin hacer nada y las terribles noches en vela. Se acabaron hasta los cigarrillos en la sobremesa. Lástima de prohibiciones.
Se acabó lo de encerrarse en el dolor, se acabó el vodka y lo del escritor maldito. Ser maldito es una mierda. Y, además, una mentira. La mentira más peligrosa.
Este invierno, me propuse una mañana, sería distinto. Y bajé a comprar El País y ordené los discos y cambié las sábanas. Y lavé la moto y mandé ese artículo que tanta pereza me daba terminar, y por el que tanto me insistían. Y fui a buscar a mi hermano al colegio. Tratando de hacer las cosas bien. Tratando de ser un hombre al fin. Nada más.
Nada menos.
Después, al meterme en la cama de sábanas frescas y blancas, vi a mi lado unos ojos pequeños pero bien abiertos y entonces me di cuenta de que este invierno, el del frío y la prohibición, había llegado además con acompañante.
Abrígate bien y demos una vuelta por ahí. Hace mucho frío afuera, me dijiste. Frío para quererse más, te guiñé.
Nada menos.
© Pedro Letai
2011
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