Cualquier cosa
me salvaría,
ahí mismo,
en esta tarde ajena,
en la que el cielo
de Boston
siempre
invita
a soñar,
bajo
la sombra
de los gigantes,
mientras me escupe
tu olvido a la cara
como trozos
de un cocodrilo verde.
Dime, ¿por qué?
¿Porque tus labios
la primera noche
eran rojos?
¿Porque mi vida
tuvo escenas
que solo podían
ser azules?
¿Porque hay ciudades
que solo pueden
ser blancas,
aunque la nieve
pisoteada sea después
negra,
y se haga más esclava
de la tierra
que del cielo?
He encontrado
en mis bolsillos
un millón
de dólares
en monedas de Euro.
¿Y de qué me sirve?
¿Y por qué decir aleluya
cuando no significa nada?
¿Y por qué mi boca te espera,
mi alma te espera,
y tú no llegas?
¿Y por qué cuando viajo
veo brillar
el silencio
en las campanas?
¿Y por qué escucho
el sonido
de poemas escritos
en páginas en blanco
sobre tus ojos de ausencia?
¿Y por qué siento
tu lengua
desnuda
ante el agua inmóvil
de los manantiales?
Porque vivo para entender
que los soldados
solo lloran
por la noche.
Porque leo las historias
de lo que nunca
existió.
Porque la nieve
está vacía
y mi corazón
es el de una estatua.
Porque mi ascensor
se cierra
antes de decirte
te quiero
y los vendedores
de rosas
me han cerrado
ambulantes
las puertas
que nunca tuvieron.
Quemo, rompo
el diccionario
para buscar
las respuestas
e inventar
palabras para ti.
Palabras nuestras,
monosílabos
como todoelrato,
como acadapaso,
como encadaesquina,
como parasiempre.
Palabras que no escuchas,
no.
Porque Madrid
está muy lejos,
y allí
los cocodrilos
no saben leer.
Y la pregunta
de mi inservible
millón
de dólares.
¿Por qué era
tu delicadeza
tan distinta
a lo que luego
siempre me toca
encontrar?
Nolocomprendo.
© Pedro Letai
2011
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