Para Felipe Gerdtzen
Hay cosas en la vida que no pueden
ser mentira.
Como un vaso de agua o una fecha
en la portada de un diario.
Como que en mi historia está tu nombre
desde que apareciste para
enseñarme a vivirla.
Me enseñaste que para ser libre
solo había que perseguir la libertad
en el sentido contrario al de las banderas.
Me enseñaste que para ser escritor
solo tenía que escribir y después escribir.
Me enseñaste que para trabajar duro
solo tenía que trabajar duro.
Me enseñaste que el camino no eran
la cocaína y el dinero.
Me enseñaste lo bello de no tener.
Me enseñaste a decirle a mis hermanos pequeños:
esto no va a ser siempre así.
No penséis que la vida es solo esto.
Me enseñaste que para fumar un cigarro
solo había que fumar un cigarro.
Me enseñaste que el amor a una mujer
no son solo palabras. No son solo adjetivos
que detienen una coartada en medio de la noche.
Me enseñaste que cuando viene
la tristeza a apuñalarnos el corazón
hay que agarrar ese cuchillo y hacerlo arma
que abra un poema y una canción entre amigos y tragos.
Me enseñaste también que si te hacen daño,
cuando te traicionan y todos te condenan,
entonces hay que sufrirlo largo y fuerte,
cerrar los ojos y maldecir,
y, de pronto, darle la vuelta a la escalera
y
subir
más
alto
que
nunca
antes.
Me enseñaste que cuando yo pienso en Dylan
tú estás pensando en Elvis.
Que cuando tú dices Pablo Neruda
yo digo Rafael Alberti.
Que cuando tú quieres decir Silvio Rodríguez
yo quiero decir Silvio Rodríguez.
Y así que Santiago de pronto es Madrid
y Providencia es la Castellana
y Vitacura es Recoletos
y la Alameda es el Paseo del Prado.
Y la Moneda es la Moneda.
Me enseñaste a comprender y a dudar.
Me enseñaste a leer a Vicente Huidobro
un año entero, oliendo a palo santo
mientras todos mis versos me querían ya dar por muerto.
Me recogiste de lo más bajo cuando te necesité,
sin yo pedírtelo.
Como el buen barman que llena tu copa
antes de que te des cuenta de que el final acecha.
Cuando nos encontramos, cada dos o tres años
en un aeropuerto de madrugada, el uno tiene sueño
y el otro un equipaje sin lógica,
el uno trae agosto a donde solo cabe febrero,
el otro trae hambre y dolor de espalda.
Entonces me llamas Pedrini y me das un abrazo
y me dices ya sabes que todo esto es porque tú,
cuando joven, quisiste.
Llegamos a casa, te pido una bufanda
y te digo que te invito a desayunar.
Y que me cuentes cómo estás viviendo tu vida.
Y aún así siento que otra vez
me iré sin pagar todo lo que te debo.
© Pedro Letai
2011
Enorme poema, enhorabuena Pedro.
ResponderEliminarCómo se escribe "sin palabras", una vez más.
ResponderEliminarMuchas gracias, Siroco. 'Sin palabras' yo lo escribo con tu nombre, Bea.
ResponderEliminarHermoso es tener amigos
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