Desde una habitación
sin vistas
tiré su vida
abajo
seis pisos
en el secreto
de tus ojos,
demasiado solitarios.
Me cansé
de marcarle el paso
a cada baile
y a cada fracaso.
Me agoté
de hablarle de ti
días, semanas,
de enseñarle jardines con enamorados,
de acompañarle en ambulancias
llenas de pájaros cansados.
En tu talle
de avispa
quise contestar
todas sus preguntas
a la tempestad
pero fue tu oscuridad
la que me devolvió
la interrogación,
tus lágrimas y
mi sinsabor
a casa vacía,
a muerte asegurada,
sin perdón.
Lento el mundo,
muerto mi otro yo
y fríos mis ojos,
ayer azules
pero huecos en tu corazón,
que me ofrecía distancia
y no vivía mi amor,
sino el de mi otro yo.
Que era débil,
que evitaba el te quiero
y hurgaba con bisturí
en mi sinrazón.
Y luego un café
con el pasado
para despedirle
y atraparme a mi soledad,
abrazarla desnuda conmigo,
rodeados de la derrota en la calle,
del rumor de la gente.
Y en mi casa,
pensión del dolor,
del te echo de menos,
portal en fin sin tus pasos
soñando en tus respuestas,
en tus abrazos,
escuchando el rumor de nadie
y la súplica final,
dile que la quería de verdad,
del otro yo.
El que muere y me mata.
El que me abandona y,
así,
me encañona
ante el espejo
y me conoce.
Y me delata.
2010
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