En los días de lluvia
me da por pensar
que tu cuerpo
al final fue conquista
pese a lo que vino después.
Me imagino
arañando tu piel
en un balcón
de luz distinta
y escucho una melodía
que es tu piel
y es tu boca
y al final es demasiadas cosas
que no puedo soportar.
La soledad ha llegado
de nuevo
y la ceniza se queda fría,
como todos nosotros,
en noviembre
y en el escalofrío
que disfraza la ciudad
y que me hace cómplice, diario
de lo nuestro
y de invitarte a un cine vacío,
de desnudarme en tu magia
y de decretar oficial esta nostalgia.
Duelen las aceras,
los cristales, los portales.
Cuando se ha estado en el paraíso
duelen hasta las mujeres
y su acento y sus postales.
Se siente desmedida la realidad,
borrosa la gravedad
e inabarcable el desconcierto.
Los recuerdos son
color confuso
cuando en ninguno de mis pasos,
en ninguno,
te busco ni te siento
ni me oriento.
Sospecho sin embargo
que tristeza y hermosura,
tu rostro y el mío,
nuestra partitura,
aún me guardan una sorpresa
en un cruce fugaz de Madrid.
Sé que aquella canción
murió incompleta.
Aún me falta por sentir,
al borde de mi acantilado,
un acorde más de ti.
Después del acorde,
entonces sí,
el acantilado y el mar y la nada,
lejos de ti.
Pero aquello, el mar,
será mañana.
Ahora, un acorde de ti.
Uno más bajo la lluvia
que luego es mar y es nada.
Y que el mar sea mañana.
© Pedro Letai
2010
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