Yo me pregunto a veces si en la noche
puedes oírme.
Y es que en la noche eterna
mi tristeza es tal
que no llega a verte,
niña nube.
Las gaviotas
olvidaron el vuelo
y aquí nos quedamos,
tú peregrina de la soledad,
yo contrabando de lo que aún pueda
soportar.
Mil nubes y tú,
mujer detrás de todo,
que guardaste un beso para mi
en aquel malogrado aeropuerto
antes de irte al lugar
del que nunca volverías
hasta verme muerto.
Madrid mientras es un año de problemas,
ciudad de pobres corazones.
Tú, niña nube, mujer madura.
Yo, tras la muerte, alcohol y ruina
con las chicas
del Chatanuga.
Una mirada,
un gesto un viernes, niña nube.
Y mi cuerpo se hizo surco
entre tus labios
y me leíste en el silencio
y te compartí en la ebriedad
y nada era ya secreto
y nada alrededor
era aterrador,
como los árboles ahora.
Ahora sigue octubre
y cada mañana es la primera
en el último borde,
dibujado sobre el asfalto
que antes hervía de nuestro amor,
que derretía nuestros cuerpos
y que ahora se esconde
entre la gente
al espanto
del recuerdo vacío,
de tu figura desnuda,
de mi cama deshecha.
Deshecha sin ti,
deshecha de mi.
Pero tú no estarás sola
mientras fumo en los hoteles
y hago cosas
que no se hacen.
Y hablan los papeles de mi
y de la poesía
y de la violencia
y de los traumas,
aquéllos que me alimentan
cada mañana
para poder seguir.
Tú no estarás sola,
te llevaste mi vida,
niña nube,
mujer peligrosa.
Marcharse, continuar.
Mallorca, Ámsterdam.
Deprimirse, emocionar.
Mañana no existe
y donde ya no hay adiós
ya no hay nada.
Ya no hay tú, ya no hay yo.
Quédate conmigo,
niña nube,
un día más,
sólo uno.
Eres tan bonita,
tan delicada.
Sigue las luces
y déjame un domingo más
invitarte a bailar,
follarte suave,
marcarte el compás,
volver a empezar.
Y me pregunto a veces si en la noche,
de niña a mujer,
de nube a luna,
escuchas mi sonata
y te escuece el corazón.
Y te sientes sola
y te asaltan las dudas.
© Pedro Letai
2010
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