Las fotos se velaron
y entonces no desvelaron
de qué color era nuestro amor
y dónde dormirá anidado
y si nos espera
o era un final declarado
aquella muerte en diciembre.
No desvelaban nada,
siquiera lo más inquietante,
tu preciosa mirada.
Para ponernos nombre
buscamos una historia
llena de pasión
y de coches vertiginosos
y de canciones
en nuestros labios
para los tiempos difíciles
y los atardeceres hermosos.
Tuvimos un banco,
como buenos enamorados,
y soñamos con atracar
el de al lado,
porque la nostalgia
a veces cambia de sitio
y no avisa
y el entendimiento se vuelve
duro, impreciso.
Y sufrimos un poco
los sentimentales,
porque es difícil
sentirse pasajero
cuando sólo pensarte
es todo él un te quiero.
Y te recuerdo
como si el estreno
hubiera sido mañana.
Te recuerdo en aquel
nuestro primer invierno
en medio de un frío de espanto,
con los besos morados
y las manos anunciando
que el próximo paseo
sería en solitario.
Eran las cinco menos veinte
en la melancolía
de lo que tuvimos y se nos iba.
Era tu pelo de princesa
triste y deshabitada
entre mis dedos de preso
condenado a tener que huir.
Era nuestra ciudad tan íntima.
Era nuestra tarde última,
tan nuestra,
tan última.
© Pedro Letai
2010
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