Una agencia matrimonial
y luego un daiquiri.
Helaba afuera
y nosotros nos quitamos la ropa
recordando aquella noche,
viernes cuando te conocí,
tautología que eras
simplemente tú,
indefinible toda
en aquellos días raros
en que te buscaba
y te encontraba.
Te adaptaste a mi
y yo a ti.
Te colaste en mis huecos,
equilibrista
en mi línea de tiro,
infinita y cómplice,
escudero y retaguardia
en mi destierro.
Tu falda al terminar
conmigo
me recordó
a cuando corríamos
por calles asfaltadas
y bebíamos en bares alfombrados
de servilletas enceradas
y de besos a traición.
Cuando te metías
en mi cama
y salíamos intactos,
sin pérdidas
ni ganancias
ni corazones hipotecados.
Inofensivos hasta que disparé
tu mecanismo
y tiré de tu anilla
como un suicida idiota,
adormilado
en tu temporizador
y en tu espoleta
y en tus maneras.
Disparadero de tu belleza
y tus curvas,
aquellas que fueron
peligro y guinda,
tentación y granada
de mi vocación
por ti
y por lo desesperado
y mortal
de un viernes
y una vida
con final fatal.
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