‘Nosotros, los
de entonces, ya no somos los mismos’
(Pablo Neruda)
El final del verano eran las
luces en el puerto
y un rayo verde entre dos
edificios,
olvidando los huracanes de
mercurio
sobre las azoteas calientes.
Bebíamos en la cantina
desde los lentos atardeceres de
junio
con aquel brillo de lámparas
eléctricas
y la vida encendiéndose,
de oficina en oficina,
bajo el frío metálico de los
ventiladores.
Se nos han arrugado los años,
abrazados y ocultos,
y aún es dulce imaginar
la trama de esas calles,
el día desordenándose en la
carrocería
de un automóvil rojo;
un paseo con la chica de mis
sueños
por los jardines en Hyde Park
Gate.
¿Recuerdas? Los caballos
rompían la lluvia con su trote,
las trampas eran parte de tu sangre;
la nieve sofocaba el fuego de tus
labios.
Ahora que tú y yo somos
gente que huye
sé que aquello era verdad:
cuando ardía
el león y se quebraba el hielo,
cuando tu corazón se anudaba a la escarcha.
Cuando la luz era parte de
nosotros.
Cuando el sol extendía su óxido
por la arena
y era de nuevo verano,
y te perdías
junto al cisne redondo de la luna
y en tu boca
llovían
cuchillos.
Pedro Letai
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