29.2.12

Una visita a Caballero Bonald



Y por supuesto, los libros

rodeándonos,

el tren parado

en la última estación del invierno

teñido

por nuestros días de luz,

y el mundo que no ha aprendido

a cambiar ante la violencia constante,

empeñado en esquivar la incertidumbre.


José Manuel

Caballero Bonald me habla

de aquellas copas

en busca de otro bar

con Claudio Rodríguez

-el poeta más realista-, José Ángel Valente,

Carlos Barral, Ángel González -el más bebedor-,

Jaime Gil de Biedma,

y me cuenta una visita a Segovia

junto a Rafael Alberti,

y cómo no le volvió a ver.


Los trucos para escribir las décimas,

los años que pasan entre libro y libro,

las tascas de la calle Ballesta,

las librerías de Moyano,

las primeras ediciones

de aquellos versos en el exilio

que traían su acento del Sur.


Unas horas

más tarde,

al volver a casa

entre algo que debe de ser la noche,

recuerdo aquellas últimas palabras

del poeta ante su poema final:

ahí está todo.

Si yo he hecho algo

que valga la pena-

me dice quien escribió

La noche no tiene paredes-,

debe de estar por ahí, entre estas

que son ya mis últimas páginas.


Su consejo: cuida el lenguaje,

llénate de él,

comprométete ante la vileza

de los tiempos.


Y pienso en un poema

lleno de leones que flotan

y cruzan el mar

mezcla de estrella y viento.


Y vuelve ante mí,

inmóvil,

la sombra del enorme poeta

del 50 en su mecedora:

aquí está todo lo que yo tengo,

todo lo que yo soy.

© Pedro Letai

2012

15.2.12

24 horas en 160 caracteres


Por la mañana

recuerdo el sueño de anoche:

Norman Mailer

no tenía orejas

y yo corría y corría,

pero al despertarme

todo está donde lo dejamos

y la escena me trae

la penúltima lucha.

La luz del sol prendida

en las paredes

del salón

y nuestros cadáveres

tramando su cura

bajo sábanas que cubren

un solo cuerpo.


Extraño hace días esa lluvia

que te hacía leerme

en el sofá.

-Si un día de lluvia

te hace leer mis libros,

-te dije al conocerte-

entonces te deseo una tormenta

larga y hermosa.


A mediodía siento

que todos sabemos el nombre

de aquellos que nos delatarían

en una guerra;

el lugar que ocuparíamos

si el mundo se dividiese

entre oficiales

y soldados.


Yo solo quiero estar contigo,

pensar en ti

en cada batalla,

como Javier Marías.


Por la tarde escribo

que cada vez hay menos fronteras,

o eso dicen.

Pero son más altos los muros,

o eso pienso yo.


Luego tu WhatsApp,

un crochet de izquierda:

Hoy no nos veremos,

quizás mañana.

Quizás siempre.”


Te llamo y me cuelgas.

Hoy no nos veremos,

quizás mañana.

Quizás siempre.


No he necesitado noches de cárcel

para tramar enormes venganzas

por insultos menores,

así que al reflejo de la luna

contraataco con un SMS

que pretende ser

la imitación verosímil

de una victoria:


Dentro de este poema eres real,

fuera solo eres tinta.

Si yo te llamo existes

como el océano al fondo,

como el rugido del tigre.

Si cuelgas no eres más

que un número vacío.”


Y puedo sentir

ya de madrugada

tu sonrisa desenfocada

entre cervezas extranjeras

al descubrirme en tu bolso.


Otro amanecer

para soñarte y volar,

y en pleno aleteo

besar en tus labios

el sabor de vuelta a casa

y de alegría.


Llegará otro día

y más mensajes.


Porque quererte

es también pelear

cada metro

de lo nuestro.


Porque quererte

es también

inventarte cada día.

© Pedro Letai

2012

2.2.12

Entrevidas


I

tu

vida

nace de un océano suave y en sombra

y después eres ojos

ojos con sueños

mañanas que empiezan

con ventanas que se encienden

y un cielo que las apaga

días que para mi

eran poemas

la palabra más dulce

las tormentas

que no pude

entender ni olvidar

los domingos

las madrugadas

las calles frías

los letreros luminosos

las sombras

la luna

los coches usados

la sensación de que hay días

más cortos

que otros

la radio

el humo

y las cosas extrañas

II

y al final estás solo

solo cuando ves

una estrella caer

solo cuando duermes

solo cuando ves el abismo

y otra vez el frío

solo quitándote un anillo

solo en el sonido cálido

y verde

de las palmeras

solo acariciando un animal

III

yo tenía un sueño

yo quise crecer

junto a una autopista

y tener una mujer

y escribirle poemas

y tener un balcón

y decirle

yo solo he venido hasta aquí

para quererte

pero al otro lado del cielo

de la luna

de lo sublime

están las fábricas

y otra vez el frío

los cristales rotos

los aeropuertos

talando vidas

dejándolas vacías

los pájaros que aguardan

el ángel de la noche

los que buscan palabras

que haya dicho un dios

mis padres

y otra vez el frío implacable

que producen las estatuas

IV

a veces reíamos en cualquier merendero

de cómo sería ser de derechas

en un tren con billete

pagado en pesetas

en el bar a punto de cerrar

en una habitación compartida

en todo lo que al final

es un corazón atravesando

el tuyo

a ti que Dante te dio el nombre

con esa rosa en tu cuerpo

que es lo que jamás tendré

por siempre

yo que quise que fueras

mi mujer

por siempre

porque ninguna fue más mujer

porque a ninguna

la quise más mía

porque todo se termina

el alcohol

las amantes inoportunas

las carreteras

todo

V

mi mano

ya no te escribe

sigue el calor

en la noche de verano

siguen los bares

de extrarradio

sigue el sonido dulce

del agua dulce

y las canciones en la radio

y sigue la rosa en tu cuerpo

la rosa de Rilke

se quedan solos mis versos

y al final estás solo

solo cuando mueres

rimando tristeza

y soledad

el último soneto

yéndote

dejando los ojos

ajenos

en lágrimas

que recuerdan

lo que nunca fuiste

ni quisiste ser

cerrando

y llevándote

los ojos propios

llenos aún de

ganas de ser

tantas cosas

que no fueron

tu

vida.

© Pedro Letai

2012