11.7.11

Coney Island Baby


“But remember the princess who lived on the hill

Who loved you even though she knew you was wrong”

(Lou Reed, Coney Island Baby)


Pareces americano tú también.


Parece que te has quedado en los veintiuno, le respondí yo.


En mi cabeza los taxis ya no son amarillos, los edificios no rascan el cielo y ella no es tan guapa como en aquellas fotos que nos hacíamos en los noventa, cuando se parecía a la doctora de Choose me. Cuando yo escribía las letras con el corazón y no con el ordenador. No con esta amargura.


No te quedes con lo de la barba y la camisa de cuadros, le reproché. Ni con lo del coche grande y los giros de ciento ochenta grados en las calles sin mediana. Ya no somos eso, rubia. Ya han pasado muchas más cosas. Dan igual las botas o los discos de casa. Han pasado demasiadas cosas.


Claro, lo de aquella chica, ya lo sé.


Lo de aquella chica y muchas cosas más, Violeta, joder. La vida no es tan fácil como te la pintaban tus padres ni como nos parecía antes. La vida es Madrid y es así, como la ves ahora. Con ojeras, con bancos. Sin pasta.


Pero a mi me gustaba lo de antes, me insistía ella. El tú de antes. El romántico, el bohemio. El loco, si quieres. Al que no le importaban los bancos ni la pasta. El que me hablaba del más acá cuando yo me ponía pesada con el más allá. El que me metía mano a la primera de cambio.


Cuando me iba a ganar media sonrisa nos interrumpió un tipo al final de la barra declarándole su amor a la camarera. ‘Niña, ponme un Cardhu con hielo y, si no tienes, dos JB’s. Y nos vas trayendo ya los afiladores y la breva para que juguemos la partida’.


Muy americano.


Venga Viole, lávate esas lágrimas y vamos a ponerte una falda, que te llevo a cenar.


Y nos alejamos con tres o cuatro ¿te acuerdas? de esos que nos hacían reír y olvidarnos del resto. Parecía tan feliz cuando hablábamos del pasado que no quería apenas mirar hacia delante.


Mirar atrás para ella significaba seguridad y le ayudaba a olvidar lo peor de todo.


Cuando yo miraba hacia atrás sólo podía recordar a aquella chica, aquellos ojos y aquellos meses. Cuando aún escribía a mano y soñaba con ser Lou Reed.


Después aterrizó mi avión y llegó un ordenador, un móvil, dos coches, una hipoteca, una suegra, tres cuñadas, dos sobrinos, una deuda, otra muerte, tres camisas y unos zapatos.


Y ninguna carta del extranjero.


Difícil de llevar cuando no sabes dónde aparca ya tu felicidad ni dónde amanece aquel chaval que soñaba con ser un tipo libre.

© Pedro Letai

2011

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