5.4.10

Con el bourbon nunca


Nos tomamos la última justo a dos manzanas de mi curro. Miré el reloj. 8.16. Me acordé de una peli en la que una rubia tonta decía que a veces era peor dormir una hora que no dormirla y, por supuesto, me acordé de Sabina cantando aquello de “nadie se ha muerto por ir sin dormir una vez al currelo”. Así pues, apuré el ron, me dejé invitar y salí para allá.

Llegué pronto y mal, los ojos ensangrentados tratando de esconderse tras el flequillo y los cuellos de alguna cazadora alzados, para que no se viera que repetía camisa. Y allí estaba el jefe, claro. Siempre el primero en llegar y el primero en irse. Siempre el número uno en hinchar las pelotas.

- - - Buenos días, Letai- Camisa Ralph Lauren impoluta y pies sobre la mesa.

- - - Buenos días, jefe- No me quedaba claro si el apelativo le tocaba las pelotas o le llenaba de orgullo. Pero me daba igual, no me salía otra cosa. Además, me jodía enormemente que me llamaran por el apellido, así que en paz.

De pronto reparé en que lo que leía no era nada relacionado con el último número de la revista, que había que cerrar en menos de dos días, sino un libro de horrible aspecto titulado “Más magia de la metáfora: relatos de sabiduría para liderar y motivar”. Automáticamente, ni que decir tiene, le perdí el poco respeto que nunca le tuve.

Cerramos el número y a la semana me enteré de que el jefe había convencido a cierto empleado desmotivado para que se dedicara una noche, en otro de sus negocios, a la venta agresiva de daiquiris a cambio de una caja de coleccionista de Jack Daniel’s. No está mal, pensé. Resultó que el compañero lo hizo bien y la multitud del garito se bebió el jueves noche hasta que amaneció, pero la caja era eso, una preciosa caja vacía. Ni rastro del amigo de Sinatra.

Aquella tarde, cuando el compañero me lo contó puteado, salí a la calle masticando muchos sueños entre dientes y pensando en que había cosas en la vida que merecían mucho la pena, como la hierba, que siempre crece, los hoteles solitarios o las minifaldas de las secretarias de los vendedores de seguros de la planta de arriba. Y había cosas que no merecían nada, como las camisas Ralph Lauren de aquel jefe, las canciones de Melendi, los innumerables mundiales en los que caíamos en cuartos o las infectas albóndigas de la cantina de abajo.

- Buenos días, Letai. Llegas tarde. Otra vez. Aún espero tu artículo sobre aquel grupo de mierda que tanto te gusta.

- Buenos días. No se preocupe, no me volverá a ver llegar tarde nunca más. Bueno, ni tarde ni pronto. Ni artículos. Ni ostias.

Al escuchar esto, huelga decir que los pies del tipo saltaron como un resorte hacia atrás.

- Pero ¿qué cojones dices Letai?

- Pues eso, que me las piro de aquí.

- ¿Alguna razón de peso para semejante estupidez, amigo?

- Muchas. Pero sobre todo que con la dignidad y con el bourbon no se juega nunca, amigo. Con el bourbon nunca. Eso debería ponerlo en esos libros de mierda que lees por las mañanas.

- No son libros de mierda, chaval. Son libros de autoayuda para hacer mejor a vagos como tú.

- Pues eso, libros de mierda.

Salí por donde había entrado y me encaminé al ascensor, enfundando la cuenta ajustada. Antes subiría a despedirme de Carmen, de seguros, que últimamente andaba tristona. Los dos necesitábamos una noche de excesos y salir de allí. Y mucho bourbon.


© Pedro Letai


2010

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