24.3.10

28 y 100

Celebraba la gente en el Central que por fin había llegado la primavera. El invierno había sido duro, con frío y mucha lluvia. Pero yo seguía sintiendo ese frío, aun viendo el sol entrar por la ventana y a las turistas americanas pasar con sus horribles camisetas ajustadas y sin mangas. Notaba eso sí ciertos picores en la nariz y los ojos, y de ahí que no rechistara y estuviera de acuerdo en que el invierno había tocado a su fin.

Y sonreía a veces, pero muy poco.

Pasando el videoclub de mi barrio recordaba todas las risas en la cama, con el portátil en las rodillas. Llegando a la farmacia comprendía que habíamos cambiado el preventivo zumo que ella preparaba a medio vestir en la mañana por el adictivo Trankimazin cada seis horas. A veces cada cuatro. Y luego en el estanco una cajetilla y otra más, para soportar lo insoportable. Lucky Strike otra vez, después de tantos años.

Y ese sueño, tan horrible. Ese sueño que no te deja hacer nada bien pero que luego no te deja dormir. Y los ruidos, justo cuando los párpados van a caer. Ruidos absurdos que nunca estando ella había escuchado. Ruidos a bolsas de cartón de cabezas gigantescas, a pájaros azules anidando desesperados junto a mi ventana. Ni siquiera me sobresaltan, viven conmigo. Pero no me dejan descansar. Y el frío. Frío en los huesos, en las botellas y en los pies. Y cierta sensación a que todo es mentira y a que la vida no era Friends, aunque parece que a todos nos habría gustado ser así de felices y gilipollas.

Miedo a que llegue abril, porque nunca lo llevé bien. Ganas de estar solo y a la vez terror a la muerte en soledad. A la del soldado perdido y a la del perro abandonado. Ganas de llamar a aquellas chicas o de visitar a las putas tristes de García Márquez y sin embargo extrañar el tener dos hijos que te llamen papá y una sola mujer que te llame cariño. Ganas de bajar a los billares del infierno a jugar la última partida y desaparecer.

Empezar mil cosas sin acabar ninguna, faltando ese beso caliente y esa puesta de sol compartida que te escribe las últimas páginas y te enseña el cierre. Impresión de llegar a los 28 y a los 100. 28 años y 100 relatos. ¿Y para qué? Luego bajar al estanco y la farmacia otra vez. Es sólo cruzar la calle, treinta escalofríos después tendrás lo tuyo. Y eso es lo aterrador, pero son sólo cinco minutos y es necesario, vamos. Y 28 años. Y ahora 100 relatos.

Y sonreía a veces, pero muy poco. Y el frío y el sueño. Y los ruidos. Y 28 años y 100 relatos. Y qué más da y dónde estará ella. Y cómo dormirá. Y junto a quién.

© Pedro Letai

2010

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