22.3.10

Esa turbulencia pacífica


La chica miraba el mar desde la ventana de la pensión, regalándome una bonita espalda cubierta en seda verde y amarilla. Fumaba con la mano derecha y el pelo le ondeaba al son del levante. Yo la observaba desde su lejanía, en secreto. Podía sentir desde las sábanas, deshechas en sexo y amor, su energía, su tristeza y su dolor. Casi diría que podía sentir sus lágrimas mojándome al caer. Miraba el mar, masticando sus pequeñas y cotidianas tragedias. Sus amores rotos, sus pasos perdidos. Su tristeza invisible. Su soledad. Tan joven, tan sola. Miraba el tranquilo mar susurrándole algo que yo no podía oír. Pese a todo, estoy seguro de que su susurro era como un torbellino en aquel amanecer silencioso.

Cuando desperté, traté de acomodarme al esqueleto de su ausencia. Traté de buscar una conexión a la que enchufar mi mal cuerpo. Comprendí que ella había volado muy lejos de allí, probablemente susurrándole a los vientos su turbulenta existencia, su paz y su dolor. Susurrándole al viento en contra para que la llevará con él, lejos de mí.

En el horizonte, el primer barco de la mañana zarpaba y la gente compraba billetes a ninguna parte. Para mi, empezaban las horas del viaje más largo.

(Inspirado en ‘Muchacha en la ventana’, Salvador Dalí, 1925)

© Pedro Letai

Diciembre, 2008

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