4.7.10

Cinco años y un beso


Ahora se van y los veo de lejos. Todos esos recuerdos. Cinco años. Anoche una vez más me deslumbró el reflejo del piano bar y todo aquel jaleo. Y luego un tercio, una ración de techo y miedo, mucho miedo. Pensar en mi viejo, en las oportunidades perdidas, en aquella chica tan flaca que me tuvo tanto tiempo en vilo, en los curros que van y vienen… Y en coches, claro. Muchos coches vertiginosos y oscuros.


Tampoco fue nada, fue un beso a deshora. Me hizo temer que seguiría andando triste y sin saber qué hacer para dormir. Como ayer y siempre. Y seguiría intentando soñar con el cielo estrellado de Cadaqués, con las sandalias de Tatiana, con el sabor del chocolate negro y con un contrabajo de banda sin nombre en una noche de verano. Y en realidad la almohada sólo traería dolor, pastillas mezcladas, anillos caros y absurdos, viajes de mentira y veneno y un billete de fumador sin acompañante. Como ayer y siempre.


Me desperté acordándome de aquel daiquiri que nos tomamos con los pies descalzos sobre el césped húmedo y de la hija del dueño, la que tocaba la armónica. Tú sabes lo que tienes que hacer, me decía siempre. Me hizo sonreír, aunque no recordara ya su nombre. Cinco años.


Y empecé a echar de menos aquel beso a deshora. De pronto me pareció irreverente, prometedor, luminoso. Un beso no es más que una foto que muere lejana, pero después hubo un amanecer que era del color que tiene la arena en mis sueños y sentí cómo de pronto se cerraban los cinco años de recuerdos. Y los vi marcharse, despacio, muy lejos.


Sentí que aquel beso había subido a buscarme para dejar atrás muchas cosas y devorar muchos miedos. Y también llevaba sandalias, para besar y salir corriendo. No sin antes quedarse dormida conmigo y tratar de hacerme olvidar todo aquello.

© Pedro Letai

2010

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