
Las terrazas de verano,
las parejas malvividas,
el dolor,
los calendarios.
Según los días
se dibujan versos
para enrojecer
a la chica del 99,
que confía en su noventa
pero sufre con el diez que se le escapa.
Que se baja en Atocha siendo no tan rubia
y recibiendo algún golpe que es propina
y es infiel y es resaca tardía,
inmerecida, cruel.
La sinceridad te lleva
a confesar,
sastre de sentimientos,
una incomodidad
que es deseo
vestido a tu antojo para disimular
un corazón que escondes y no veo.
Vives miedo a hacerme daño,
tú, testigo invitado a mi fragilidad,
que apenas sabes cuál es mi fiesta
o si vengo de morir en vida,
tú, que te precipitas
al desengaño como fácil salida.
Se prologaba todo este silencio
¿te acuerdas ahora?
en los cuarteles
del invierno.
Cuando tú eras dulce,
cuando amabas,
cuando te querían,
cuando el amor y el sexo suave
dormían en tu cama.
Pero la vida gira
de repente
desatando en sus vueltas
calles que no ves,
ventanas que te desorientan.
No es el alcohol,
no temas.
Son gaviotas, amor,
gaviotas en primavera.
Y casi en el cielo
un beso perdido,
una oportunidad
de bailar efímero en tu cintura.
Cuando no sepas qué hacer
vente conmigo,
qué importa la locura.
La vida son
las cosas de verdad,
los riesgos, la altura,
y no lo de siempre,
no lo fingido y lo cobarde,
lo sencillo,
lo que siempre tiene cura.
Después la noche,
de perros, oscura.
Impone el insomnio
y mis miedos a una calle vacía,
vecina de tu armadura,
invencible, mentira.
Y lo que viene,
el temor, la duda.
Y todo lo que nos trajo
hasta aquí.
Tus pasos, el cine,
el ron más caro del lugar,
el otoño, la luna.
© Pedro Letai
2010
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