9.9.10

Mil trescientos metros


Pero otro día toco tu mano. Y sus huesos rehúsan mi amor. Y entonces llega la canción de siempre. La del poeta borracho y su bella musa. La del teclado vertical en el acordeón, el mensaje a deshora y el pecado mortal sin excusa.

No somos más que siluetas con voz y humo viajando de un barrio a otro para el ocio y el negocio, con el deseo de un regreso tardío y común. Y nada más. Y nadie más. Date cuenta de que se puede besar tan despacio que hasta las sombras bostecen si eso nos sirve para rehacernos de todo cuanto nos pasó, de todo lo que nos hicieron.

Y ya sé que no es eterno ni éste ni ningún amor, pero quiero verte en vaqueros apoyándote en mi y en todo lo que yo siento. En ese intento de hombre que soy yo, que se inventa otro amor y que sufre por él cuando está solo sin ti.

Y en tu calle una rosa debajo de la almohada. A sólo mil trescientos metros de ese intento de hombre, ahora cadáver, del amor inventado, presunto implicado, y de la escena del crimen, mi madrugada.

© Pedro Letai

2010

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