5.9.10

La vida, quizás


“Hey, ¿cómo estás?, ¿qué tal el veranito?, ¿qué has hecho?”

“Pues mira Madrid y Madrid, al final no me salió ningún plan. Mis amigas son unas sosas y todas ennoviadas. E irme con mis papis a la playa me mataba de la pereza.”

“Ya, imagino. Aunque bueno darte unos baños no te habría venido mal. Joder, estás blanquísima.”

“Jaja, bueno, es mi color natural, ya sabes. Blanco nuclear.”

Y entonces yo me quedaba pensando en eso del blanco nuclear. No lo entiendo. Y ella ojea la carta y pide lo de siempre, un filete empanado con patatas.

“Pero compartimos algo de primero, ¿no? Yo me muero de hambre.”

“Sí, lo que quieras. ¿Una ensalada?”

“Perfecto. ¿Una cerveza?”

“No, prefiero no.”

“Ah, ¡que ahora no bebemos!”

Y ella rechaza de nuevo la cerveza y entonces me pide que le cuente mis líos de alcoba, que siempre le divierten tanto. Y se los cuento. Novedades desde luego no me faltan, porque me enamoro aproximadamente dos veces por semana. Ella se ríe y dice que una actriz, lo que me faltaba. Y nos reímos y yo adopto la pose de que no se ría, que esta vez es de verdad. Y lo peor de todo es que no es pose, porque esta vez es de verdad.

“Bueno, ¿y tú? Cuenta anda, que seguro que has puesto Madrid patas arriba este verano.”

“¿Yo? Sí, ya me gustaría. Creo que el ligoteo se acabó por un tiempo. Largo.”

“¿Y eso? ¿Cae un mito?” – Ahora lo pienso y me retuerzo recordando lo cretino que fui con eso del mito. Pobre chica.

“Estoy embarazada.”

Y desde que lo dijo supe que era verdad. Evalué mis posibilidades, no pude evitarlo, y concluí que no podía ser tan desgraciado. Nos habíamos acostado una noche, el Día del Libro para ser exactos, en mi casa y después de bebernos unos martinis en Santa Ana. El polvo fue horrible. Sin condón, eso sí, porque yo, a parte de melómano y enamoradizo, soy un imbécil.

“Y lo peor de todo es que no estoy segura de quién es el padre. Pero tú no, no te preocupes. Estoy de seis semanas nada más.”

“Bueno, me deja tranquilo, claro. Pero oye tendrás que intentar saber quién es, ¿no?”

“Sí, trataré de averiguarlo. Aunque mira, los tíos sois todos unos gilipollas. Al menos los que os venís acostando conmigo, y eso que tú eres mi mejor amigo. Así que el niño lo criaré yo solita si puedo.”

No me terminé el segundo plato, pagué la cuenta y un rato después salimos a la calle. Nos despedimos con un abrazo fuerte y me metí en el metro. De vuelta a mi vida vacía y a mis sueños inmaduros. A los poemas, las chicas imposibles y la música americana. La actriz me besó por primera vez esa misma noche y al tiempo dejó de llamarme, lógicamente. Me dejó hecho pedazos.

Volví a ver a Amaia varias veces y, al año de aquello, en el mismo restaurante, me presentó a Pablo, que era igual que ella y, por tanto, un chaval cañón. El padre resultó ser, efectivamente, un cretino. Se habían alquilado un piso y ella curraba de noche mientras sus padres cuidaban al crío. Yo le conté que me había enamorado de una chica que ponía copas en un garito de mi calle, y esta vez era de verdad, y que había escrito un poema sobre una borrachera en Valladolid después de un concierto de Supertramp. Me pidió que se lo enviara. No le gustó.

Después la chica que ponía copas se fue con un tío más flaco aún y me dejó hecho trizas. Amaia se casó y no pude ir a su boda porque tocaba Tom Petty ese día en Madrid y no me lo podía perder. Infame. Le envié un relato en el que los protagonistas eran ella y Pablo. Tétrico. Me perdonó.

En algún momento pensé que me habría encantado ser su padre y asumir ciertas cosas. Pero yo tenía mi vida y ahora me había enamorado de una chica de Lérida. Y tenía dos entradas para ver a Van Morrison. Fila 2. Y para mi eso era lo más importante y, quizás, fuese esta vez todo de verdad. Como Amaia, como Pablo. Como cuando me contó que estaba embarazada. Como esa vida de la que yo me escapaba constantemente sin pagar.

© Pedro Letai

2010

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