Copenhagen, no creo.
Doce horas en un instante,
fugaz destello,
duro y breve instante.
Inútil ya la queja,
improcedente tentación
del eterno perdedor,
promesa de nada,
derrotado aspirante.
Tokio, imposible.
Vengo haciendo inventario de
lugares propicios al amor.
Después encuentro la terminal de la nada,
salidas, llegadas,
vacío atroz.
Entonces el mundo
me inquieta,
se me hace inquietante,
me despierta inexistente sin ti.
Todo se extiende
detrás de tu sonrisa
y lo que ahí no cabe
(y yo quiero caber)
no vale ya para mi.
Corazones huecos,
abandonados.
Los escuchamos, olisqueamos,
usamos y después,
destrozados, inservibles,
los tiramos.
Amor moderno, derrotado,
negado a la verdad
de lo tierno
y sobrecogedor.
Muriendo siempre
en una esquina cobarde,
saldo vendido
de camino
a Ribera de Curtidores.
En la orilla
de lo serio y lo valiente,
escuchando las prisas, el ruido,
el espanto, la gente.
Los demás, los rumores.
Domingos para llorar,
Tokio, imposible.
Tedio, crepúsculo,
invierno
en cualquier parte
para los que se ven solos
cuando pasa la tarde.
Falda y capital de provincia,
pueblo perdido
que es tu biografía conmigo.
Mujer tranquila,
pistola en la mejilla
de tigresa y rubia platino,
como cuando soñabas y leías
lo que llamaban amor,
como cuando eras niña.
Las cosas no eran así,
eran mentiras.
Tu mano amada,
la encontré,
aquí me quedo.
Y que el mundo se extienda
de Tokio a Copenhagen,
de Buenos Aires hasta aquí,
inquietante, siniestro.
En ti me quedo
y nada de allí fuera importa,
sin embargo,
si es tu sonrisa
la que calla mi llanto.
Si es tu piel
mi colchón,
que hace de manto
de mi antiguo corazón,
luchador ensangrentado
que busca la verdad,
tus besos,
huir del espanto
y morir de placer
en tu boca
después del infinito dolor.
Después de tanto.
© Pedro Letai
2010
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