
Los desnudos
no se fuman
en papel de plata
y tú te desnudas novata,
con tu piel de espaldas
que me escribe un poema
y uno está mejor,
en la sensación de oír tu cercanía,
en la entrega de tu calor en la piel.
Acaba septiembre
a las cuatro de la mañana
con tus ojos cansados,
el humo en los labios
y dos corazones enredados,
escuchando el amor en tu cuello
como se escucha el mar
al bajar por la sal
que lleva a tu vello.
La ciudad es ahora habitación
y es nuestra.
La cama es una calle,
la única,
para pasear los besos, los abrazos,
las ganas, la pasión,
los ahí me quedo,
los qué le gustará,
los otro día más.
La noche y la luna,
bajando desde Tirso
como tus piernas aquel día
vigilan nuestros cuerpos,
espejos de dos vidas,
de dos historias distintas
por un segundo detenidas,
unidas en la complicidad compartida.
Y besar y morder
y jugártela a cara de perro,
inapelable, infinito,
juvenil deseo
hacia toda tú, mujer,
preciado trofeo.
Y antes del amanecer mirarse a los ojos.
Mirarse y ver mucho a través de ellos.
Al despertar un café,
amargo como se vende
este mundo.
Ardiente como una noche
contigo.
Reparador como un manual
para todo aquello
que no resulta sencillo.
Y mirarse a los ojos
en la despedida.
Mirarse a medias.
Mirarse largo y con brillo.
© Pedro Letai
2010
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